Ese instante de certeza

Largas épocas vitales, que no distingo como etapas, se van solapando entre ellas, aplastándome.

Por momentos veo la realidad a ras de suelo. Lenta, angustiosa. A penas hay margen para levantar la vista y adquirir cierta perspectiva. La mayor parte del tiempo cuesta respirar, relativizar, proyectar. Avanzar ya es un logro. No depende de una, no os dejéis engañar. La decadencia es absoluta, el desastre, inminente. No somos una carga para El Sistema, cargamos con El Sistema hasta morir. Cuando asumo este estado de indefensión al que me ha llevado la súper estructura que lo impregna todo, supero la asfixia y venzo la tentación de dejarme llevar por el desvarío de la ensoñación o la taxatividad del suicidio, consigo enfocar. De día todo es nítido. Cercano. De noche la oscuridad es mi aliada. Los ojos, por fin, captan lo esencial.

Por un instante al que me aferro con vehemencia, soy consciente de mi paso por la tierra. De mi efecto en los demás. En las demás criaturas. Y soy buena. Nadie me arrebatará esa certeza fugaz. Mis ojos ven con claridad lo que he conseguido a mi alrededor. La vida fluye a duras penas en este infierno para la decencia, para los inocentes. Mi casa es un refugio de la invisibilidad. Donde lo silvestre se abre paso para entrar, donde conviven depredador y presa. No hay felicidad pero hay calma. Se encuentra agua para refrescarse, alimento para reponerse y cobijo antes de partir, si se quiere. Esto es lo que he sido y lo que seré mientras pueda, insignificante refugio vital.

Por primera vez en mi vida lo expreso porque quiero dejar constancia de que nada ni nadie puede arrebatarme ese instante de certeza.

No se si mañana buscaré desesperada una nueva validación. Hoy no me hace falta. Sé quién soy. Y soy buena.