Necesariamente esta historia no tiene comienzo ni final aquí. Empezó hace generaciones, no diré si una o más. Cuando seleccionaban bebés de la especie canina para determinadas razas, cuando decidieron que no importaba que perrxs con problemas pudieran procrear indiscriminadamente. Pero también comienza cuando la especie humana se deshace de lo que le sobra.
Como fecha señalada, aquella en la que compruebo que, a diferencia de sus hermanxs, Chewbacca a muy temprana edad no siente curiosidad por el mundo que le rodea, si no miedo. Abandono, perrera, enfermedad, dolor, desconcierto, inseguridad no son los familiares deseados para ningún bebé. Y esa fue la gente que rodeó su cuna los primeros momentos después de nacer. Al igual que Che, pero más joven aún, Chewbacca fue recogido junto con sus hermanos de la ribera helada de un río de otoño. Sin mamá. Muy enfermo. La madre de Ernesto (Che para lxs amigxs) se ocupó de criar a toda su camada. Les llevaba conejos vivos para que aprendiesen a cazar. Estuvo perfectamente cuidado y a salvo hasta que la mataron y una persona generosa y consciente recogió a sus ocho hermanos y les buscó familias humanas. Ernesto vivió acompañado de sus hermanxs las primeras semanas de vida. A pesar de su orfandad, no se sintió solo. Chewbacca en cambio sí. Sin mamá desde recién nacido, tirado en la tierra mojada con el deseo de su cierto final. Eso no hay dios terreno o divino que lo olvide. Dos semanas más tarde, gravemente enfermo, le saco de la perrera y le pongo en las manos de quién queda en el lugar cuando viene el puente ese de los santos. Malditos santos que no están cuando se les necesita. Nunca están. La incompetencia le atendió y nos dejó a su suerte. Con una herida terrible en el cuello (que no me dijeron que tenía) y al borde de la muerte. Luché y encontré una madre que, como todas, supo compaginar profesión, madrugadas, bebés humanos y caninos y le salvó la vida. Menos mal que en toda la ciudad quedaba una veterinaria decente y capaz. Estuvimos semanas velando por él y pidiéndole a ratos que se fuese en paz y dejase de sufrir y a ratos que luchase como sólo él sabía, para poder demostrarle que la vida era otra cosa y que su nueva madre le protegería a costa de lo que fuese.
Crecer muy deprisa después de haber tenido serios problemas de nutrición conlleva problemas físicos, además, en herencia, papá y mamá le dejaban la soledad obligatoria y una displasia de cadera que de momento no iba a dar la cara. Tal herencia impuesta a progenitores y descendencia. Jamás la especie canina es la culpable. Ni en la vida ni en mi historia.
Chew es un cachorro con altibajos, en un minuto se come el mundo y al siguiente huye de sitio tan horripilante como de un cazador escopeta en ristre. No estoy acostumbrada a hijxs tan sensibles a los caprichos de la gente de dos patas. Rita veneraba (nunca se lo merecieron hija) a mi especie y Ernesto pasaba de ella (salvo si le invitaban a comer). Chewbacca se aparece ante mis ojos como un ser de otra galaxia que no entiende en absoluto las absurdeces que hace “la especie parásita” aquí, en la Tierra. (Sí, claro, me refiero a la humana. No vayan a creer que caeré en el error típico de denominarnos la “especie dominante”, por favor). Cada situación propuesta merece una reflexión por su parte. Con él hay que llegar a acuerdos, comunicación de esa de hilar fino. En realidad, le comprendo bien. A mí también me pasa que si no entiendo algo, difícilmente puedo asimilarlo e incluirlo en mi día a día.
Total que, si salimos a la calle, se sienta un rato a ver pasar a familias con niñxs, más veces de las que me gustaría, maleducadxs o estresadxs (hiperactivxs que dicen ahora), que gritan y van arrasando con los parques y jardines a su paso. Me mira y yo le contesto siempre, “sí, tienes razón, ¿seguimos?” y casi siempre, seguimos. Le superan los automóviles conducidos por desquiciadxs, lxs amantes de las tradiciones (ruidosas) y desde luego, los cazadores. En tal cuestión sólo hay un acuerdo posible: va- mo- nos- a- ca- sa- YA.
Por lo demás es un chaval que crece con desparpajo y alegría. Y con las ideas muy claras. Por culpa de su proceso clínico (nunca me informaron sobre si padeció moquillo, parvovirus o qué pero estuvo a punto de morir varias veces ni de las heridas provocadas en su cuello por pincharle una matarife en vez de una auxiliar de clínica) no se deja tocar. Lo dice bien clarito. Contundente sin llegar a la violencia. ¿Por qué no traspasa esa línea? Porque su madre adoptiva se ha ocupado de aprender comunicación canina (en ese lugar imprescindible que se llama Masqueguau) y sabe que cuando el niño gruñe, avisa de que algo le supera y hay que respetarlo. Desde luego, yo he llegado a cabrearme mucho cuando me han tocado los ovarios metafóricamente… así que si me hacen daño físico… alabo su autocontrol porque yo sí que mordería.
En cuanto empieza a jugar con sus vecinxs de barrio me doy cuenta de algunxs detalles, no corre como lxs otrxs perrxs. Salta como lxs conejxs. Si giran en su persecución por la plaza, Chew no puede cerrar ese círculo, derrapa y se cae, no le sujetan los cuartos traseros. No le gusta nada estirarse por completo ni ponerse a dos patas. Tampoco le he visto saltar. Cuando lo comento en la clínica, siempre me dicen que es normal con lo mal que lo ha pasado de pequeño. Que durante todo el proceso de crecimiento sentirá dolores y molestias y no se desarrollará tan ágil y fuerte como los demás. Se le ve feliz, es un cielo con su propia especie, que le acosa y le instiga más de lo debido porque adoran jugar con él. Tan joven y tan paciente y tranquilo. Muchas personas le llaman vago. Yo digo que es un perro que se toma todo con calma. Lo que además pasaba es que su displasia estaba manifestándose y era muy dolorosa. Chewbacca no se quejaba. Nunca. Se le veía cansarse en seguida o frenar los juegos cuando se salían de madre, pero nunca se enfadaba o lloraba por sus dolores.
Hasta que con la mudanza, el cambio de entorno (a zonas rurales) y escapadas locas con su hermano mayor, en cuestión de meses le cambia el carácter (gruñón con otrxs perrxs y asustadizo con fenómenos naturales o situaciones que antes ni le importaban), se agota en dos pasos y no se atreve a subir escaleras u orina a cuatro patas como cuando era un bebé. Y no tiene ni tres años pero ya no es un bebé.
Evidentemente, sin más dilación, nueva clínica veterinaria, radiografías y zas, la realidad en la cara: displasia de cadera. Hay que operar ambas. Primero la izquierda por su gravedad, está a punto de salirse el fémur, y una vez recuperado, de la derecha.
El traumatólogo me dice que la operación suele tener una altísima probabilidad de éxito. Y que el secreto está en el postoperatorio. Lo que quiere decir, que si pasa algo malo, la responsable seré yo. Salí de la consulta aturdida. Ibamos a pasar meses muy duros. Pero no quedaba otra.
(Continuará)